Capítulo
9
A
modo de conclusión
¿Por
qué se debe acotar la acción política de un extravagante?
Muchos
cometen el error de pedir un favor al psicópata sin tener nada a cambio que
ofrecer. El psicópata, entonces, se da cuenta de que el mendicante sólo tiene
algo para compensar lo que pide: él mismo. El psicópata le dará lo que pide, si
es que considera que el mendicante, la cosa, puede serle útil en proporción a
lo que le da. Esta utilidad puede ser inmediata, mediata, a largo plazo, o
bien, indirecta. Se le hace el favor al mendicante, que a su vez es moneda de
cambio para un tercero. Es decir, que la cosa, como un paquete de mercadería,
ni siquiera sabe que es objeto de intercambio entre dos manipuladores. La misma
base tiene el "clientelismo", "te doy para que vivas, pero me
pertenecés".La política, desde lo psicopático, es una negociación entre
egoístas. El político que quiere ascender en la pirámide debe hacer carne este
concepto: hay que tener para obtener. Y jamás debe ser él el objeto de
intercambio, porque a partir de ese momento muere el político y nace el
esclavo. La materia prima del extravagante son las personas. Y las personas son
para el extravagante como bocas hambrientas que debe alimentar o prometer
alimentar. La capacidad de lograr que el hambriento imagine ser alimentado en
el futuro por el político se llama seducción, y en su máxima expresión,
carisma. El líder nato es el depositario de la satisfacción de necesidades a un
futuro cercano o lejano, pero siempre lo sigue un halo de esperanza. Los otros
lo imaginan como el que en algún momento cubrirá sus necesidades. Así de
pragmática es la cuestión política, la relación entre el político y el otro. La
moneda de intercambio entre políticos extravagantes (que son los que ya tienen
qué ofrecer) es la avidez: el querer más. El político vale en tanto tiene más
personas, cosas, que lo sigan. Una vez que el político tiene a las personas,
debe ordenarlas, darles una forma jerarquizada, construir la estructura de
poder, que es el esqueleto donde se apoyará para emerger y negociar. La
estructura no es más que la sumatoria de intereses cohesionados. Lo que
mantiene unida a la estructura es el miedo a perder lo ya conseguido, y la
ambición, tener más de lo que se tiene. El individuo que está satisfecho con lo
que tiene es una unidad, no necesita de estructuras. Esto, en realidad es casi
una utopía, porque la insatisfacción es la norma humana. Sólo son libres los
iluminados y los locos. El resto necesita de una estructura, un soporte que
provea sus necesidades. Pero participar de una estructura significa dar algo a
cambio, y lo que la mayoría entrega es parte de su libertad, el grueso de los
individuos poseen un único capital, ellos mismos, y entregan su tiempo, su
fuerza, su inteligencia, su cuerpo... En este sentido el político promete, y de
hecho, arma esa estructura de satisfacción de necesidades individuales a
futuro. Esa estructura debe estar compartimentada en grupos organizados por
líderes menores que formarán la base de la pirámide. Esos líderes menores serán
la materia prima del grupo de líderes, que a su vez tendrán, y este conjunto
conformarán la segunda capa de la pirámide, y así hasta llegar a los pocos
líderes del pico de la pirámide donde se sostiene, en un equilibrio
metaestable, el político mayor. El bien social supremo que ha adquirido Occidente
luego de probar distintas alternativas de gobierno es la democracia genuina.
Digo genuina para eliminar aquellos sistemas de gobierno que
"parecen" democracias pero son dictaduras camufladas o un rejunte de
corruptos que se dicen demócratas basados sólo en la acción del voto. La
democracia implica mucho más que la elección libre, sin presiones ni
"alicientes". Implica el respeto por las instituciones legítimas,
implica la observancia neta de la división de poderes. Implica que el Poder Legislativo
esté compuesto por personas que representan a otras personas que las han votado
para que cuiden de sus intereses, y no que respondan "en bloque" a
intereses partidarios. Implica que los jueces sean elegidos por los ciudadanos
y no por una camarilla tendenciosa, que sus cargos sean renovables de acuerdo a
su correcto, que juzguen de acuerdo al bien y al cuidado social y no al
ritualismo, que sean independientes de intereses espurios, que sean justos.
Implica que el Poder Ejecutivo ejecute su programa sin desviar el rumbo del
bienestar general y del cuidado de la población, que no convierta al gobierno
en un coto de caza para beneficio personal, que observe y haga observar la
Constitución Nacional, que entienda que los votos que lo encumbraron, antes que
dar derechos, obligan. Obligan a recordar que cada voto es la orden de una
persona para que gobierne de acuerdo a lo que prometió. Obligan a ser
consciente de que es un representante en el poder y no un dueño del poder.
Obligan a esforzarse por el bienestar futuro de todos y no de unos pocos.
Obligan a aceptar el disenso respetuoso y a velar por el bien común. Para el
gobernante extravagante nada de esto es importante, usa a la democracia para
hacerse del poder y encaramarse en él. El extravagante restringe la democracia.
La acota para acentuar su poder. Los legisladores dejan de ser representantes
de los que los votaron para seguir las instrucciones de un bloque partidario
dominado por el psicópata. Y obliga a los opositores a adquirir esta maniobra
corrupta y agruparse ellos también para afrontar al bloque, con lo que se
desvirtúa la democracia para convertirse en la lucha de unos pocos que lideran
esos bloques. El legislador para a ser un soldado alineado a un pensamiento
único, olvidando su misión representativa y el precepto constitucional de que
el pueblo gobierna por medio de sus representantes. Deja así de ser una
democracia genuina para ser una apariencia. El gobernante extravagante es voraz
y no se conforma con la cuota de poder concedida legalmente, y se afana por
apoderarse de toda la gama de poder .Usa todos los recursos y estrategias para
conseguir más poder, en desmedro del bienestar general. Si no se lo limita, al
cabo de un tiempo, el extravagante lidera una tiranía disfrazada de democracia.
No se le escapa a la población general este funcionar anómalo del sistema
seudodemocrático, e identifica claramente que los responsables de la corrupción
del sistema son los gobernantes, de tal manera que el término
"político" es casi un insulto. Da a entender que la honestidad es
incompatible con el ejercicio de la política, es corrupta o lo será. Esto tiene
un efecto socialmente negativo, los que son corruptos hacen política, los
honestos huyen de la política para no ser tildados de corruptos, y aquellos que
son honestos y se dedican a la política deben batallar con los corruptos,
enquistados en las áreas de poder, dado que un honesto impediría la laxitud que
necesitan los corruptos para hacer su negocio personal. Los corruptos verían al
político honesto como un enemigo que hay que corromper lo antes posible para
que el sistema corrupto siga funcionando. Si no lo logran ponen trabas al
accionar del honesto, que constata que sus proyectos se ven enfrentados a miles
de minucias que impiden que se realicen, esto, más el accionar del rumor de
ineficacia amplificado por los corruptos, suele dar por terminado
prematuramente el mandato del honesto. Y esto en el mejor de los casos. El
psicópata alienta al sistema corrupto, dado que los políticos corruptos son
mejor manipulados porque necesitan una red de protección para no terminar
juzgados en los tribunales. Y el dinamismo de esa red la maneja el psicópata.
Frente a esto, ¿qué deben hacer los líderes comunes? Tener conocimiento de que
existen los extravagantes y, en consecuencia, poder identificarlos. Entender
que si un psicópata llega a gobernar un país es porque la sociedad está en
crisis y elige a un político atípico para que controle esa crisis que los
líderes comunes no ha sabido controlar. El extravagante ejecuta una ingeniería
social agresiva pero necesaria para neutralizar la crisis. La sociedad acompaña
al extravagante en esta parte del proceso. Finalizada la crisis inicial, la
sociedad trata de quitarle el poder, pero el extravagante ya se ha convertido
en un tirano. Aquí se da un sistema de fuerzas, parte de la población comienza
la resistencia para eliminar la tiranía. Esta guerra interna suele durar varios
años. A mayor tiempo que pase, el extravagante afianza más su poder y desgasta
más a sus adversarios, infiltra sus organizaciones, impide las alianzas con
otros grupos adversarios, arma denuncias falsas para los líderes opositores y,
aunque terminen al cabo de un año en ser sobreseídos en los tribunales, el halo
de sospecha queda en la población general, que es la que con su voto ratifica o
rectifica su mandato. Hostiga con inspecciones impositivas, quita recursos a
los medios de información que no se someten a sus lineamientos. Recordaremos,
otra vez, que las armas predilectas de manipulación del extravagante son generar
miedo y manejar los recursos. Los líderes no psicópatas deben repetirse una y
otra vez que están enfrentados a un extravagante y que este usará cualquier
artimaña para neutralizarlos. Y deben persuadir a los otros líderes comunes de
mantener las alianzas, los grupos separados son presas fáciles para la
voracidad del extravagante. Deben establecer un programa con objetivos mínimos
que los mantengan unidos y consensuar las decisiones lo más abiertamente
posibles a fin de no dar lugar a disensos irreparables que serán rápidamente
aprovechados por el psicópata para colocar una cuña y separar ese grupo. La
batalla contra un extravagante en el poder debe ser tenaz, constante y no darle
sosiego, atacarlo legalmente desde todos los ángulos posibles, investigar y denunciar
a todos sus secuaces y esbirros; apoyar y fortalecer a los jueces que no han
caído en la red de miedo del psicópata para que puedan sustentar la continuidad
de las causas; investigar y denunciar a los abogados que defiendan a los
corruptos; no dar tregua, recordar que el extravagante dedica su vida a
construir poder, y mientras sus adversarios descansan él sigue trabajando en
destruirlos; no se debe caer en la tentación de usar a otro psicópata como
líder opositor, porque sería un simple cambio de figuritas, al poco tiempo de
derrocar al extravagante tendríamos otro psicópata en el poder. La Argentina ha
sido gobernada, salvo algunas excepciones, por extravagantes que han sometido a
la población a una crisis constante en desmedro de un crecimiento acorde con la
potencialidad del país. Es real que estas anomalías han sido alentadas y
apoyadas por intereses externos a los cuales no les conviene que un país con
tantas posibilidades de engrandecimiento tenga un sistema democrático genuino.
Un país en caos es un país débil y fácil de dominar. Un país sin luchas
internas graves, se convierte en un país fuerte, un país que puede negociar
desde una mejor posición con el resto del mundo. Cualquiera que estudie
seriamente la historia de Argentina observará estos ciclos de expansión y
aparente mejoría, al que siguen crisis de depresión económica producto de la
toma de ganancias de intereses externos. Estos últimos son los momentos en que
la sociedad clama por un extravagante que los saque de esta situación. El extravagante
trabajará para sí mismo y con el visto bueno del plan externo de expoliación. Y
todo se repetirá. Salir de este macrocircuito requiere no dejar al mando del
gobierno a un extravagante. Dejar que los líderes comunes, con sus dudas, sus
desaciertos, encuentren el camino sólido que los lleve a consensuar un programa
de crecimiento estable y a largo plazo, donde las autoridades sean reemplazadas
por el voto que apoye los disensos tácticos, pero que no implique alterar el
rumbo de la estrategia consensuada. Conseguir este objetivo no será fácil, pero
tampoco tan laborioso que lo torne imposible. Tal vez sea esta la generación
que tenga el espíritu rebelde necesario y persistente que logre insertar
valores cívicos y humanos olvidados por tantos años de extravagancias, y pueda
quebrar el circuito corrupto de los políticos psicópatas. La luz de un camino
nuevo está encendida.
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