CAPÍTULO
2
El poder y sus avatares
El
poder consiste en doblegar la voluntad del otro para que acepte un mandato. No
existe poder si el otro no ofrece una resistencia, ya sea activa o pasiva. La
linealidad entre una orden y su ejecución sin que medie entre ellos una
resistencia no es poder.La acción del poder es un tipo de comunicación donde
existe un emisor, el poderoso; un receptor, el mandado; y un contenido, que es
la forma con que el emisor traslada su mensaje. Esta tríada esencial en el
concepto de poder tiene una particularidad: el poderoso ejerce el poder, pero
el poder le es otorgado directa o indirectamente por el receptor. No existe el poder
innato, el poder siempre es conferido. Así, el poderoso es investido con la
jerarquía del poder por un período; pasado ese período, el receptor le quita el
poder, y el ex poderoso pasa a revestir como uno más dentro de la comunidad.
Entonces, el poder es un adorno con el cual se viste a una persona por un
período determinado. Sin embargo, mientras permanece en el período de poder,
esto no se ve así, sino que los mandados recurren al poderoso con un halo de
imaginación, de fantasía. Hay un rito y una mística que rodean al poderoso.
Esta no es una cualidad que interese solamente al poderoso, es decir, no es un
acto de narcisismo en sí, sino que también es una necesidad de los mandados de
ver al poderoso en un rango superior al que ellos tienen. Sin esa asimetría no
es posible la obediencia. Es extremadamente difícil obedecer a un igual.Esta
vieja ley de la asimetría es conocida por todos los cortesanos del poder, que
son aquellos que están alrededor del jefe, llámese rey, cacique o presidente,
quienes a lo largo de los siglos comprendieron que al poder hay que engalanarlo
con ritos, formalismos y fabulaciones que ayuden a sobredimensionar la
envergadura humana, simplemente humana, de aquel que detenta el poder en un
período determinado. Este ornato es tan importante como los elementos que
fundamentan concretamente el poder, ya sean armas o dinero. Una figura
desdibujada en el poderoso, como fue el caso de Luis XVI, le quita credibilidad
al poder a tal punto que es motivo del cese de otorgamiento del poder en muchas
ocasiones.
El
poderoso es un ser humano vulnerable enmascarado detrás de la formalidad. En
ocasiones, tenemos una cruel constancia de este hecho, como fueron los casos de
César, Luis XVI, Nicolás II, J.F. Kennedy, el Papa Juan Pablo II, todos ellos agredidos
en sendos atentados. Sin embargo, este hiato es rápidamente borrado en la mente
de los mandados, dado que, por lo dicho anteriormente, ellos mantienen la
sobredimensión del poderoso.
Los
factores del poder
El
poder es piramidal, tiene una faz visible y otra faz invisible, es decir,
existe el poder real y el poderoso que encarna o al que le es delegada la
fachada del poder. El poder real, desde siempre, le es desconocido a la enorme
mayoría de los mandados y también a la gran proporción de aquellos que
colaboran en el ejercicio del poder, incluso, a veces, aquel que aparece como
la cara visible del poder desconoce las verdaderas fuentes del poder que
detenta. Haciendo una analogía podemos comparar esta situación con un teatro:
el público está entretenido por la obra que está en escena, con sus personajes
y la trama que le es ofrecida por un guionista. La obra recibe adhesiones,
rechazo o indiferencia, hasta que baja de cartel y es reemplazada por otra
obra. El responsable de esta obra es el director, que es el que decide sobre
los personajes y la puesta en escena. No obstante, el que decide qué obra sube
a escena o no y quién la va a dirigir es el dueño del teatro, por lo general
totalmente desconocido para el público, y a veces este dueño no es más que un
representante de capitales, igualmente desconocidos; es decir, el verdadero
poderoso del teatro es invisible al público. Dadas estas circunstancias, es
evidente que de este factor de poder no vamos a poder hablar, así que nos
conformaremos con describir los distintos elementos que componen el poder
visible, es decir, el líder y la cohorte de sus seguidores que mantienen la
estructura del poder.
Algunos
de los personajes del poder
El fanático es un tipo de personaje que toma las
consignas del poderoso como un dogma y no utiliza ningún tipo de criterio para
pensarlas o criticarlas. Para el fanático, lo que dice el poderoso es lo que
es, y ciegamente debe cumplir las órdenes que se le dan. El fanático, a su vez,
es un adoctrinador constante. En función de su automatismo es un elemento
peligroso para la sociedad, sobre todo para aquellos que son opositores al
régimen imperante. El fanático está movido por la fe, es absolutamente
irracional y no median en su accionar intereses propios objetivos, es decir, no
lo hace por un interés económico o para generar poder él mismo, sino que lo
hace por una convicción y una certeza incontrastable. Puede morir defendiendo
al poderoso o a su lema y es el último en ser reducido cuando se acaba el
período del poderoso. Difícilmente el fanático cambie de bandera; cuando su
líder es derrocado se sume en el resentimiento y la añoranza del tiempo pasado.
Es un soldado del poder.
El secuaz es el que está en las inmediaciones
del poder, en contacto muy cercano al poderoso, quien deposita sobre él un
porcentaje de su confianza y le otorga una cuota de poder para que pueda llevar
a cabo las acciones accesorias bajo sus órdenes. Es el encargado del trabajo
sucio del poder. El poderoso, en realidad, no confía totalmente en nadie. El poderoso
lo cubre en todas sus acciones oscuras porque es una herramienta útil del
engranaje del poder. Es el encargado de bloquear a los opositores y, en casos
graves, de diagramar la supresión de ellos. Es también aquel que se encarga de
los factores económicos que contribuyen a agrandar, no lícitamente, las arcas
del poder. El secuaz maneja recursos y es el depositario de muchos secretos de
la trama que se sucede detrás del telón del poder. El secuaz es una persona con
ambiciones propias que momentáneamente coinciden con las ambiciones del
poderoso. Este tipo de persona es la encargada de negociar el traspaso de poder
cuando las circunstancias son desfavorables para el poderoso. La imagen del
secuaz para los mandados es odiosa y les resulta incomprensible que permanezca
al lado del líder, que muestra siempre una actitud ambivalente en lo externo
hacia el secuaz. Este juego está tan bien hecho, cuando es realizado con arte,
que los mandados en su mayoría están seguros de que las acciones negativas del
poder son ejercidas individualmente por los secuaces a espaldas del líder,
quien permanece con su imagen impoluta.
El influyente realiza el vínculo entre los mandados
y los estamentos del poder. Este personaje debe tener un don de gente muy
agilizado. Es en realidad un diplomático fuera de la jerarquía de la
diplomacia, que es otro de los trucos en la estructura del poder, ya que el
influyente consigue las prerrogativas que solicita el mandado, previo acuerdo
de los estamentos del poder, que en función de las circunstancias conviene que
aparezcan como un favor del influyente hacia el mandado, dejando otra vez libre
de culpa y cargo a los estamentos del poder. Estamos hablando aquí del
influyente real y no del mentiroso que hace creer que es influyente, pero que,
en realidad, es un estafador. El influyente es un negociador que permite
acercar al poder aquellas estructuras disidentes que en determinado momento
conviene que estén menos críticas o que apoyen ciertos actos de poder. En el
campo de la negociación estos actos siempre tienen un costo que beneficia, en
parte, a los mandados y, por supuesto, al influyente en sí. El influyente es
una especie de comerciante, cuya materia prima de comercio es su acceso a las
estructuras de poder. Es un personaje muy voluble y muy dado a cambiar
rápidamente de bando cuando cae una estructura de poder. Aun en las
revoluciones más recalcitrantes se hace buen uso de estos personajes. Así en la
Revolución Francesa un buen porcentaje de nobles pasó a cumplir esta función.
Lo mismo pasó en la Revolución de 1917 en Rusia, donde algunos nobles zaristas
pasaron a formar parte de la nueva estructura revolucionaria. El aliado tiene un compromiso transitorio, en
función de sus propios intereses de poder, con la estructura del poderoso. La
alianza es el resultado de una negociación donde la estructura del poder debió
ceder parte de su poder para conseguir el refuerzo del poder que le otorga su
aliado. La relación entre esta estructura y el aliado siempre es metaestable,
es decir, requiere una constante atención para controlar el estado de la
alianza. Y siempre es insatisfactoria. Para el aliado, no se ha recibido el
suficiente poder, y pra la estructura, se ha cedido demasiado poder al aliado.
Este vínculo inestable permanece mientras se sigan las reglas establecidas en
el contrato de alianza. Detrás de esto siempre subyace la esperanza de la
estructura de fagocitar al aliado o a los factores de poder del aliado. Y el
aliado, a su vez, espera en algún momento suplantar a la estructura de poder,
es decir, son enemigos latentes con máscara de amigos.
El negociador es la cara visible, a diferencia de
los otros negociadores solapados ya mencionados, el encargado del acercamiento
de las posiciones entre la estructura del poder y los disidentes. Generalmente
son los que tienen cargos de ministros, secretarios u otro cargo jerárquico y
constituyen, en realidad, los fusibles en caso de que las negociaciones salgan
mal o que el resultado de las negociaciones sea negativo para los mandados.
Estos fusibles, otra vez, son resguardos para la imagen del poderoso. El grado
de independencia del negociador es mínimo. Ostenta un poder neta y visiblemente
delegado, y aquellos que participan de la negociación tienen claro que es un
mero intermediario. El negociador tiene que tener la característica de saber
con claridad qué es lo que quiere conseguir el poderoso de l gestión que está
realizando. A su vez, el poderoso no le da toda la información, sino sólo
aquella fracción de información que le es útil para llevar adelante su gestión.
Así, muchos negociadores no tienen idea del efecto real de su negociación.
Saben que responde a una táctica del poder, pero desconocen la estrategia
completa que guía el accionar de esa negociación. Y esto debe ser así, ya que
en el proceso de la negociación, el negociador inevitablemente dejará traslucir
intenciones del poderoso. De ahí la precaución de otorgarle sólo una fracción
de la información necesaria. No cualquiera puede cumplir este rol, debe ser una
persona con un don de gente especial y, a su vez, con una firmeza de carácter
que lo mantenga tenazmente en el objetivo mientras aparenta plasticidad frente
a los otros negociadores. La negociación en sí es un arte, ya que implica
elementos prácticos y efectivos; también influye el talento innato del
negociador. Suelen ser personajes muy requeridos para la estructura del poder y
de difícil hallazgo, ya que, como sabemos, los técnicos abundan pero los
artistas son pocos. Por lo general el negociador no tiene una sólida postura
doctrinaria y es también un personaje voluble. El asesor es un técnico especializado en
determinado saber. Es uno de los que participa detrás de las luces del poder.
Su perfil necesariamente debe ser bajo. Sus manifestaciones públicas,
prácticamente nulas. Henry Kissinger, uno de los más importantes asesores del
gobierno de Nixon, lamentaba en sus Memorias que Nixon lo cambiara de asesor a
Secretario de Estado, porque de esa manera perdía la oscuridad necesaria y
fructífera de un asesor, para pasar a la luz pública, con todas las desventajas
que ello implicaba. El asesor es parte de la trama fina del poder. Es el hombre
en el cual el poderoso se basa para tomar algunas decisiones. Este personaje
debe tener una cualidad especial, que es la de disfrutar una posición de poder
importante e inhibir sus deseos de protagonismo. Es una herramienta que no se
luce, todos los méritos de sus pensamientos y creaciones le son otorgados al
poderoso. Desde luego que no es un accionar gratuito. El poderoso tiene sus
prerrogativas con el asesor. Equivocarse de asesor le puede costar el puesto al
poderoso, por lo tanto en su elección se tiene un cuidado especial. Cuando un
asesor falla, el poderoso se encuentra en la encrucijada de no poder echarle
públicamente la culpa a nadie, ya que las iniciativas del asesor, abiertamente,
fueron anunciadas como emanadas del poderoso, por lo tanto el poderoso debe
valerse de otros recursos, de otros fusibles que aminoren los efectos negativos
del mal asesoramiento. La salida de un asesor de la estructura del poder es tan
silenciosa como su ingreso. Algunos asesores adquieren tal importancia que se
convierten en los ideólogos de la estructura del poder. A veces, otros pasan a
ser los monjes negros detrás del poder. Son personajes crepusculares muy poco
detectados o prácticamente indetectables para la masa de los gobernados. En la
Argentina hubo una excepción a esta regla internacional de la media luz de los
asesores, y fue López Rega. Él era un asesor, un ideólogo en tiempos de Isabel
Perón, y gustaba a su vez de aparecer como protagonista de las acciones de
poder. Solamente una enorme presión de los opositores, unido al debilitamiento
del poder de Isabel Perón, logró arrancarlo de la estructura del poder poco
tiempo antes de la caída del gobierno. La importancia de estos personajes y el
apego que tienen los poderosos a alguno de ellos llegan a veces muy lejos.
Los encuestadores con la estadística como herramienta se
constituyeron en un factor importante en la toma de decisiones de la estructura
del poder. En muchas áreas el antiquísimo olfato del líder sobre las apetencias
del pueblo fue reemplazado por fórmulas matemáticas. La estadística fue ganando
terreno a partir de los estudios de los mecanismos de la publicación con
relación a captar los gustos y preferencias de las personas con el objeto de
imponer un producto. Es un estudio de mercado, y en política esta técnica sirve
para -con un margen de error consensuado- generar probabilidades de tendencias
con relación a candidatos o para determinar apetencias. En la Argentina imperó
siempre el tono intuitivo del líder con respecto a estas cuestiones, pero sobre
todo a partir de Duhalde, la estadística pasó a adquirir un valor superlativo.
Este dirigente, según algunos biógrafos, suele basar prácticamente la mayoría
de sus decisiones en encuestas. Si bien las agencias de encuestadores siempre
han estado presentes, es sólo desde hace unas décadas que tienen un valor
de peso en las orientaciones políticas del país. El error que cometen algunos
políticos con este instrumento es concederle grados de certeza a los resultados
que les presentan los encuestadores en lugar de valorarlos como una mera
probabilidad. El caudillo de ley sigue prefiriendo su intuición a la
matemática. El manejo de los recursos constituye uno de los elementos
esenciales del poder en todas sus formas. Es el tener, es el disponer de lo que
se necesita. Aunque el máximo de los recursos le pertenece al poder invisible,
el poder visible maneja un quantum suficiente de estos recursos como para
hacerse sentir en el área de poder que administra. El recurso es un elemento
que satisface una necesidad, en consecuencia, tiene múltiples maneras de
manifestarse, dado que las necesidades individuales y sociales son también
múltiples. Hay recursos de tipo material, que son los más sentidos y de fácil
comprensión, como los relacionados con lo económico, la provisión de alimentos,
de resguardo y de protección sanitaria. Y otros que tienen un cariz abstracto,
pero una base concreta, como es el tema de la seguridad, que es inasible en sí
misma, pero que en lo concreto se expresa a través de hombres, armas,
localizaciones, suministros, transportes, etc. Otros recursos son más sutiles
aún, como aquellos que cubren necesidades espirituales que, a pesar de la
sutileza, en la práctica se constituyen en un poderoso recurso, ya que están
emparentados con la fe, y esa fe es administradora por personas y estructuras
que influyen en aquellos que son los encargados de otorgar el poder. Aquellos
poderosos que no han sabido negociar con los administradores del recurso
espiritual, por ejemplo la Iglesia, se han visto limitados en su poder, cuando
no eliminados del poder por este factor, que aparentemente es casi virtual. La
Rusia comunista, en el auge más acentuado del poder marxista, no pudo doblegar
el poder de la Iglesia, que de manera subterránea siguió funcionando y
generando resistencia a lo largo de todo ese período; amén de las épocas
históricas donde la Iglesia disputaba palmo a palmo el poder de los reyes. Más
prosaicamente, la mera administración de los recursos económicos, como se
visualizó en el gobierno de Kirchner, constituye un fuerte elemento de presión
que doblega los embates de sus opositores.
Los
ejecutores del miedo tienen
como misión crear fantasmas agoreros para generar un clima de tensión negativo,
en sentido de amenaza. Crean la idea de caos o catástrofes centrados en los
personajes de la oposición, o bien en países extranjeros, siendo el único
salvador de esas futuras catástrofes el gobernante que ellos representan. Es
una vieja técnica usada por los que manipulan el poder para fomentar la
sumisión en el pueblo y hacer que la única alternativa posible sea continuar
con las autoridades vigentes. Las formas de que se valen para generar el miedo
son múltiples. La más común es la catástrofe económica. Otros espolean
conflictos territoriales y crean hipótesis de guerra con países vecinos. Otros
hacen creer una posible invasión de potencias extranjeras. La finalidad es
aglutinar las voluntades alrededor del líder y consolidar su poder. Estas
personas suelen generar enemigos, o bien sindicar de enemigos a los opositores.
Por lo general sobredimensionan la potencialidad negativa de uno de ellos, que
eligen como blanco, y cuando agotan esa figura toman otra. También son los encargados
de crear las cortinas de humo, es decir, generar conflictos ficticios para
distraer la atención sobre la implementación de medidas negativas para el
pueblo. En algunos casos pueden llegar a originar situaciones de inseguridad
exacerbando los hechos delictivos en la población, incluso hasta eliminando
personas para generar un clima de tensión. También ellos son responsables de
amenazar a los contrincantes y crearles una sensación de supresión inmediata.
Este tipo de agentes a veces suelen formar "grupos especiales" que
ejecutan tareas de alto impacto, como colocación de bombas, creación de
escuadrones de la muerte y atentados letales, por supuesto dependiendo del tipo
de gobierno y situación que esté imperando en el país. En la Argentina hubo un
ejemplo claro con el caso de las bandas de la Triple A, en tiempos de Isabel
Perón. A veces pueden asociarse directamente con delincuentes o bandas de
delincuentes para construir este tipo de clima. El propósito sigue siendo el
mismo: desestabilizar y provocar la sensación de que el único salvador es el
líder en cuestión. Son los que contribuyen a agitar "nosotros o el
caos", y a veces llevan esto hasta las últimas consecuencias.
Los
propagandistas, a la inversa de los anteriores, son personajes generalmente insertos
en los medios de difusión, que transmiten una imagen bucólica y optimista de la
situación del país. Se valen de todo tipo de argumentos y falacias para dar
razón y justificar las medidas gubernamentales. Ya sea desde la radio, los
diarios o la televisión, pregonan la buena nueva de las acciones del líder. Se
valen de todo tipo de instrumento, pagan a todo tipo de personalidad para que a
través de sus presentaciones mediáticas avalen las acciones del Gobierno. La
propaganda puede ser directa, indirecta o subliminal. La propaganda directa es
la que positivamente habla de las bondades de la gestión actual. La propaganda
indirecta se realiza a través de acciones y actos de aparente beneficencia
sobre ciertos sectores del país. Y la propaganda subliminal ya corresponde a la
instrumentación de medios técnicos audiovisuales de avanzada en que el mensaje
se transmite por debajo del nivel perceptivo. Los mensajes subliminales pueden
estar insertados en publicidades, programas televisivos o en el cine.
Un
medio eficaz de propaganda es la facilitación de "hechos cautelares"
donde se impulsan las obras cuyas temáticas coinciden con la ideología
imperante o se promocionan artistas partidarios del régimen, mientras que los
artistas contrarios se los margina y se les quita todo tipo de
presupuesto. Los
ideólogos son los que
dan los núcleos de la doctrina por la cual se guía el líder. Esta doctrina, por
lo general, es suprapersonal, va más allá de un individuo para exacerbar
valores abstractos que suelen estar relacionados con la patria, el hombre
nuevo, la lucha de clases o cualquier otra bandera que aglutine a las personas.
Los ideólogos, además, tienen la misión de mantener la vigilancia sobre las
personas de la estructura de poder, a fin de que no se dispersen ideológicamente
de los núcleos doctrinarios. Por otra parte, forman escuelas donde se
transmitan las normas y objetivos básicos de la ideología que quieren
implementar. En regímenes extremos, como los experimentados en Rusia, China y
Cuba, se crearon los llamados "campos de reeducación" para aquellas
personas que no adherían a la doctrina. También son los que proveen los
argumentos cuando hay que realizar "una purga" en la estructura de
poder, acusando a algunos miembros de ser traidores a la doctrina o
"vendidos" a los contrarios.
Además
de ser intelectuales, estos ideólogos deben tener otras particularidades, como
la de sobreponer los intereses de la doctrina por sobre los individuos, es
decir, cierto desprecio por la vida individual y una sobredimensión de la
doctrina por encima de los valores humanos. Cuando le preguntaron a Eduardo
Firmenich si los dirigentes montoneros habían lamentado la muerte de tantos
jóvenes seguidores en la guerra de los años setenta, Firmenich contestó que
ellos se guiaban en función de objetivos y no de cuidar la vida individual de
sus seguidores, toda revolución tiene su costo en vidas humanas. Un caso
dramático de esta sobredimensión del abuso extremo de la ideología se dio en
tiempos de la Inquisición y, a menores dosis, se da en todo tipo de gobierno.
Otra característica del ideólogo es su intransigencia, su tolerancia cero a
todo lo que escape a la ideología. Estos personajes le sirven al líder que,
desde luego, es el representante número uno de la ideología. La meta es generar
un pensamiento único en la mayor parte de la población. La ideología aglutina
el grupo y lo diferencia netamente de los otros grupos y, además, brinda el
argumento necesario para realizar acciones violentas bajo la excusa de la
pureza de la ideología. Cuando el ideólogo, o uno de los ideólogos, obstruye la
evolución del gobierno, es denostado, acusado de traidor o cualquier otro cargo
que lo margine estrepitosamente del gobierno. Tal fue el caso de Trotsky en
Rusia, sus ideas de continuar con una revolución sangrienta se tornaron
inadecuadas una vez que dominaron a la mayoría de los adversarios. Lenin lo
marginó; Stalin lo asesinó. Los
pragmáticos son los
que llevan adelante las medidas concretas de las acciones de gobierno, los
responsables de que el pensamiento gubernamental no se desfase demasiado de la
realidad. Suelen ser los economistas, abogados y asesores empresarios, que se
ocupan de las necesidades inmediatas y mediatas de sus proyectos y de la gente.
Estos personajes son vistos como retrógados o tradicionalistas "de
derecha" por los ideólogos, con los que tienen un enfrentamiento
permanente. Le son de mucha utilidad al líder porque contrabalanceaban a los
utópicos y generan un grupo de poder que quita homogeneidad a los ideólogos;
por supuesto, el que media en estos conflictos es el líder. Perón, en ese
sentido, era un maestro de la pendulación, hacía jugar a varios sectores
contrapuestos, siempre alrededor de su liderazgo. Sin los pragmáticos el
gobierno entra en el caos o en la nube de abstracciones. Son los que traducen
las necesidades inmediatas de la gente y, a su vez, los que administran los
medios adecuados para satisfacerlas en la suficiente medida como para evitar un
descontento peligroso para la estabilidad del régimen. Muchos de ellos son excelentes
fusibles a la hora de justificar los errores del mandatario. Los pragmáticos
diseñan los programas económicos y están en estrecho contacto con los sectores
de la producción y de los servicios del país. También interactúan con otros
pragmáticos de distintos países y son los responsables del comercio exterior.
El accionar de los pragmáticos es lo que da solidez objetiva al gobierno, y son
los que en realidad obtienen los resultados que luego le sirven de propaganda
al líder. En tiempos de su primera presidencia, Perón colocó como Ministro de
Economía a un empresario y uno a un técnico de la economía, esto motivó
críticas de todo tipo entre los intelectuales de la economía, que lo llamaban
"el almacenero", pero Perón defendió contra viento y marea a su
pragmático ecónomo. Todo régimen sustentado por una doctrina debe tener sus "Santos
y verdugos". Los Santos o mártires sirven para dar una imagen
purista. Son el ejemplo por seguir. Generalmente están representados por un
muerto, por alguien que ha luchado por el régimen y ha dado su vida por la
doctrina. Desde luego que a la memoria del santo se le borran todas sus
diabluras para mantener su imagen lo más impoluta posible. Un caso reciente es
el del Che Guevara, que ha quedado como la imagen perfecta del hombre que muere
por sus ideales. Estos personajes son de mucha utilidad para el régimen, porque
significan en sí mismos una bandera concreta para seguir por los demás.
Ilusionan a la gente común con la posibilidad de llegar a ser como ellos. El
líder hace uso y abuso de la imagen del santo y, propaganda mediante, su imagen
se asemeja a la del héroe. Los
verdugos tienen una
misión distinta a los santos, punitoria. Son visibles algunos, invisibles
otros. Los visibles, aquellos que han ejercido un castigo concreto contra los
enemigos del régimen, sirven para refrescar la memoria de ese castigo en las
personas. La imagen del verdugo es siempre una advertencia de lo que puede
pasarles a aquellos que osen contradecir al líder. El verdugo goza de una
ostentosa impunidad y marcado favoritismo por parte del líder. Lleva adelante
los actos más salvajes sin que la justicia, esta vez de brazo corto, pueda
alcanzarlo. Otros verdugos están encargados de un trabajo silencioso, pero no
menos efectivo, y son responsables de las misiones de purificación de aquellos
individuos del propio régimen que resultan ahora inconvenientes, o de aquellos
opositores demasiado recalcitrantes que ya no le sirven al gobierno como
ejemplo de lo negativo. Ellos son los que asimismo espían, difaman e incriminan
con pruebas falsas a los contrarios. El
recaudador tiene como
tarea incrementar los fondos del tesoso negro del gobierno. Este tesoro está
constituido por porcentajes para otorgar permiso de habilitación de empresas,
permitir exportaciones o, directamente participar en la explotación. Esta
ilegalidad termina siendo una costumbre, prácticamente, en la mayoría de los
gobiernos. Este personaje debe ser alguien especial, del entorno íntimo del
líder, y debe responder ciegamente a él. Por su tarea, no es fácil elegirlo.
Por lo general es un antiguo "amigo" del líder, o bien alguien
extremadamente recomendado por un personaje de peso en la jerarquía del poder.
Pasado cierto tiempo de gobierno, a los negociadores sólo les basta decir "vayan
a hablar con Pepito", y los empresarios ya saben que es el recaudador. Con
el pasar del tiempo y la impunidad, a veces el recaudador muestra un exceso de
autoconfianza. Se cuenta que cierto recaudador solía abrir las entrevistas con
empresarios muy importantes de la siguiente manera: "No perdamos tiempo,
es el 15% y está todo bien". Los empresarios, inútilmente, tratan de
reducir el porcentaje, pero el negociador es inflexible, de modo que los
emprendedores cargan dentro de su costo la prebenda que pide el recaudador.
Kissinger, en sus Memorias, dice que en
los países latinoamericanos, para convencer, no se necesitan argumentos
políticos, sino saber quién es la persona indicada para entregarle la comisión.
El recaudador se va con el gobierno y es muy difícil que sea sancionado por los
gobiernos que lo suceden. Tan protegidos están, y tan aceptado está este modo
de recaudar. La lealtad es la cualidad máxima de este personaje, seguida de la
discreción. El
hombre fuerte del terror aparece
en cierto tipo de gobierno cuando se necesita implementar medidas odiosas para
la mayoría de la población, o bien cuando hay que cambiar la ideología
imperante. Este hombre está muñido de una capacidad de acción con una libertad
prácticamente ilimitada, y puede disponer de la vida y la libertad de las
personas. Todos los regímenes totalitarios han tenido en funciones a este
personaje. Al ejercicio directo del terror objetivado por los crímenes o los
abusos, se le va sumando a lo largo del tiempo una leyenda negra incrementada
por la fantasía de la gente. Esto para nada es contrarrestado por el hombre
fuerte, porque contribuye a incrementar el miedo sobre su persona. Al único que
responde es al tirano. El tirano lo deja hacer, aunque tiene un control
detallado de las acciones de este sujeto y, por lo general, le tiene reservado
un final letal. El hombre fuerte presiente esta situación, pero es un ser
especial, un psicópata; y el psicópata gusta de este tipo de tareas y tiene un
rasgo lúdico que lo hace apostar a que ese final no llegará nunca. A veces se
confía, ya que es tanta la información negativa que tiene para perjudicar al
líder, que puede creerse invulnerable, pero la historia demuestra que la caída
del hombre fuerte precede, en poco, a la caída del tirano de turno. En los
regímenes menos autoritarios este personaje tiene un papel más suave, pero no
por ello deja de ser una persona siniestra dentro del esquema de poder. López
Rega ha sido un ejemplo de este tipo de figura en la historia argentina. El que maneja el dinero suele ocupar un cargo oficial como el
de Ministro de Economía, salvo raras excepciones donde el presidente se arroga también
este rol. El ministro, por lo general, es un técnico de alto nivel que más o
menos se aproxima a la ideología del mandatario, pero es el que "sabe"
cómo llevar adelante las cuestiones administrativas del gobierno. Estos hombres
responden a escuelas económicas supranacionales, muy relacionados con el
"poder invisible" del que hablamos. Siendo así, la dirección de estos
administradores está por encima del líder y suelen tomar medidas que hacen que
el mandatario se vea en figurillas al momento de justificarlas ante el pueblo,
por lo que debe mantenerlo muy controlado para que no se desfase mucho de la
política que quiere implementar. En la historia argentina, algunos de estos
personajes prácticamente llevaban la voz cantante de lo que se debía hacer en
el país, al menos en el área pragmática de la acción de gobierno. Otros fueron
personajes insignificantes, porque la tarea fue llevada a cabo por otros responsables
de la estructura del poder. Estos técnicos tienen una mirada "fría"
sobre la estrategia económica. En realidad son matemáticos que aplican fórmulas
a la economía de un país, a veces muy alejadas de las necesidades básicas por
cubrir en la población. El manejo de los recursos, en estos casos, pasa
directamente por esta estructura paralela de poder, y el destino del mandatario
corre la misma suerte que el éxito o el fracaso de las medidas
económicas. El
obsecuente es un
personaje infaltable. Se cuenta que cierta vez Perón le preguntó a Cámpora qué
hora era, a lo que Cámpora respondió: "La que usted diga, mi
General". Esto resume las características del obsecuente; es aquel que
está absolutamente amoldado a las demandas del jefe. No tiene crítica propia ni
le interesa cuestionar siquiera una palabra emitida por el mandatario. Es capaz
de realizar las tareas más serviles e indignantes que un humano puede llevar a
cabo, sin dar por ello muestras de ningún menoscabo de su autoestima. Da la
impresión de que su felicidad pasa absolutamente por el cumplimiento de los
deseos, cualesquiera sean, del mandamás. Es un sujeto pusilánime a la
observación del entorno del jefe. Esta actitud no está movida por el miedo ni
por el apego a la doctrina, como en el caso de los fanáticos, sino que está
adosada exclusivamente a la persona en sí de "el jefe". Provee
grandes dosis de halagos sobre la oreja del jefe y le transmite toda la
información y minucias del entorno. Es un ser odiado y temido por el entorno del
poder. Su vida está en absoluta funcionalidad a las necesidades del jefe, y sus
estados de humor varían con el estado de humor del jefe. Este tipo de personaje
está distribuido en todo estamento donde exista poder, desde los
establecimientos más jerarquizados hasta las oficinas más modestas. Recuerdo
una anécdota personal en la que me topé con uno de estos obsecuentes. En
ocasión de ingresar a una asociación, comandada por un caudillo, a quien no me
habían presentado aún, se me acercó un colega de la Comisión Directiva que me
dijo lo siguiente: "Ahora, cuando te presente al jefe, vos lo mirás a los
ojos, le apretás fuerte la mano y le decís 'doctor, le pertenezco'". Creí
que era un chiste, pero este hombre me miró muy seriamente y me dijo que esa
era la forma que usaba con el señor jefe. desde luego que no seguí sus
indicaciones, para intranquilidad de este obsecuente. Los opositores son un ingrediente infaltable e
imprescindible en el esquema del poder, dan el contraste necesario a las
acciones de gobierno y siempre son funcionales al poder de turno; de no ser
así, son eliminados del sistema. Los opositores son la latencia del recambio
para que el sistema no se modifique. En consecuencia, los opositores, tolerados
de alguna manera, colaboran con la acción de gobierno aunque presenten algunas
disidencias para mantener su tono opositor. Cuando el poder imperante es
fuerte, los opositores muestran una cara debilitada; cuando el poder está por
cesar su mandato o se ha degradado, los opositores adquieren mayor agresividad.
En el arco opositor encontramos: los latentes, los resentidos, los críticos,
los rebeldes y los revolucionarios. Los
latentes son aquellos
que están a medio camino entre la adhesión y la crítica al sistema gobernante,
es decir, los que tienen satisfechas sus apetencias a medias. En consecuencia,
apoyan algunas medidas y critican otras, siempre relacionadas con sus
intereses, único motivo de su movilización. Los resentidos son aquellos que han
sufrido experiencias negativas como individuos y se muestran siempre molestos y
agresivos de palabra, cualesquiera sean las medidas que tome la estructura del
poder. Por lo general, nunca se agrupan ni pasan a ser una oposición activa,
sino que generan opiniones negativas a su alrededor. Los críticos, muchas
veces, están representados por los intelectuales: moderados de izquierda, si la
estructura del poder es de derecha, y moderados de derecha, si la estructura de
poder es de izquierda. El contenido de la crítica está dirigido a la clase alta
y a la clase media. El tenor intelectual de estas críticas los hace
inaccesibles a las clases de menores recursos educacionales. Por lo general son
columnistas de periódicos y otros medios
de difusión, y ahí suele terminar su acción antigubernamental. El crítico hace
de la crítica su único aporte a la causa de los opositores.
Los rebeldes son personajes que tienen una acción crítica y activa sobre las acciones de gobierno. Muchos están embanderados en lemas contrarios al sustentado por el poder imperante. A veces sus protestas son recalcitrantes, pero nunca sobrepasan los límites extremos. Los rebeldes son molestos para el poder, pero nunca salen del sistema. Así, de alguna manera, resultan funcionales a la estructura del poder, ya que con su acción antigubernamental suelen servir de excusa al líder para tomar las medidas más odiosas sobre la gente, como incrementar exageradamente las medidas, aumentar los impuestos, amenazar con el estado de sitio, vulnerar los derechos de los ciudadanos. El objetivo del rebelde es cambiar la estructura del poder actual. En la Argentina, los radicales se presentaban como la opción de reemplazo a los peronistas.
Los revolucionarios son los que realizan la oposición por fuera del sistema. Están en un franco choque activo y agresivo contra el sistema general imperante. El objetivo del revolucionario no es reemplazar la estructura imperante, sino cambiar todo el sistema que sirve de referencia a la gobernabilidad. El revolucionario no negocia con el sistema.
En la Argentina, en los años setenta, se generó una alianza revolucionaria compuesta por los Montoneros, las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Su accionar se intensificó hasta que resultó intolerable para los integrantes del sistema, tanto para la estructura del poder imperante como para los rebeldes, sumado al desplacer del pueblo en general, reacción global que permitió su neutralización. No existe una revolución ni una contrarrevolución sin el acuerdo tácito del pueblo.
De esta manera concluimos esta breve reseña de los personajes que suelen constituir el elenco donde se hace la puesta en escena del poder. Constituyen el contexto que da marco a la figura del líder, que será el tema de los siguientes capítulos. De la elección de estos personajes depende muchas veces el destino de un gobierno; sus errores mancharán la figura del líder, y los aciertos la exaltarán. Así que menuda tarea tiene la intuición del líder al seleccionar a estos personajes. Pasamos ahora a describir los distintos tipos de jefes.
Los rebeldes son personajes que tienen una acción crítica y activa sobre las acciones de gobierno. Muchos están embanderados en lemas contrarios al sustentado por el poder imperante. A veces sus protestas son recalcitrantes, pero nunca sobrepasan los límites extremos. Los rebeldes son molestos para el poder, pero nunca salen del sistema. Así, de alguna manera, resultan funcionales a la estructura del poder, ya que con su acción antigubernamental suelen servir de excusa al líder para tomar las medidas más odiosas sobre la gente, como incrementar exageradamente las medidas, aumentar los impuestos, amenazar con el estado de sitio, vulnerar los derechos de los ciudadanos. El objetivo del rebelde es cambiar la estructura del poder actual. En la Argentina, los radicales se presentaban como la opción de reemplazo a los peronistas.
Los revolucionarios son los que realizan la oposición por fuera del sistema. Están en un franco choque activo y agresivo contra el sistema general imperante. El objetivo del revolucionario no es reemplazar la estructura imperante, sino cambiar todo el sistema que sirve de referencia a la gobernabilidad. El revolucionario no negocia con el sistema.
En la Argentina, en los años setenta, se generó una alianza revolucionaria compuesta por los Montoneros, las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Su accionar se intensificó hasta que resultó intolerable para los integrantes del sistema, tanto para la estructura del poder imperante como para los rebeldes, sumado al desplacer del pueblo en general, reacción global que permitió su neutralización. No existe una revolución ni una contrarrevolución sin el acuerdo tácito del pueblo.
De esta manera concluimos esta breve reseña de los personajes que suelen constituir el elenco donde se hace la puesta en escena del poder. Constituyen el contexto que da marco a la figura del líder, que será el tema de los siguientes capítulos. De la elección de estos personajes depende muchas veces el destino de un gobierno; sus errores mancharán la figura del líder, y los aciertos la exaltarán. Así que menuda tarea tiene la intuición del líder al seleccionar a estos personajes. Pasamos ahora a describir los distintos tipos de jefes.
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