domingo, 17 de noviembre de 2013

El jefe psicópata Radiografía de un depredador capítulo 7

CAPÍTULO 7

Los extravagantes


Este capítulo fue extraído y revisado del libro Marietan, Hugo 
(2009), Curso sobre psicopatía, Buenos Aires, Editorial Ananké.


Toda pérdida, todo dolor, es particular; el Universo permanece con el corazón ileso.

RALPH EMERSON


En este capítulo voy a designar a los psicópatas que prestan utilidad social como "extravagantes", siguiendo por un lado al Diccionario de la Real Academia Española que define este término como:


1. Que hace o dice fuera del orden o común modo

de obrar.

2. Raro, extraño, desacostumbrado, excesivamente

peculiar u original.


Los extravagantes han desconcertado a la humanidad desde sus inicios. A lo largo de la historia, su presencia es señalada en las más variadas civilizaciones y en cualquier tiempo. Varias constantes se repiten: las conductas disonantes, sus efectos sobre el grupo, el escaso número de ellos y la incomprensión de parte de comunes ante este fenómeno.

En la especie humana, dentro del grupo de los infrecuentes, existen los individuos que están preparados para reaccionar adecuadamente ante situaciones catastróficas o excepcionales y facilitar la supervivencia de la especie. Son los que, ante situaciones de extrema crisis, guían a los otros hacia una posible salida (los líderes) o se sacrifican para la perduración del grupo (los héroes). Ellos, los extravagantes, tienen la potencialidad de saber qué hacer en las catástrofes, mientras el grueso de la población queda paralizado o reacciona inadecuadamente.


Un ejemplo


A fines de los años setenta, varios edificios se derrumbaron en Buenos Aires. Esto creó un lógico temor en la población. Recuerdo que una madrugada estaba en el piso diecisiete cuando sentí un leve balanceo del suelo. Pensé que era un mareo, pero por las dudas me vestí rápidamente. A los dos minutos el balanceo se hizo francamente notable. Las puertas y las ventanas comenzaron a crujir. Era claro, el edificio se derrumbaba. Creo que establecí el récord de tiempo en bajar las escaleras de los diecisiete pisos. En esa carrera, en el sexto piso, una anciana trataba de bajar. La tomé del brazo y como una bandera la llevé hasta planta baja y logramos salir. Ya frente al edificio, estábamos reunidos cada uno con la ropa que había alcanzado a manotear, esperando verlo caer. Sólo una persona entraba y salía del edificio ayudando a la gente que se había rezagado. En una actividad febril consiguió bajar a muchos, y recién cuando consideró que no quedaba nadie se unió a nosotros, agotado. Yo no lo conocía bien, era un estafador de guante blanco, un despiadado empresario, incapaz de hacerse un café. Cuando se recuperó le pregunté por qué se había arriesgado tanto. Me dijo que no lo sabía, que sintió que eso era lo que debía hacer. Y en verdad su acción fue precisa, ajustada a la situación excepcional y con desprecio por su propia vida, mientras nosotros, la mayoría, sólo atinamos a correr. Después nos enteramos por radio de que lo que había provocado el temblor no era un posible derrumbre sino la expansión de un terremoto con epicentro en San Juan. La conducta de este hombre constituyó una incógnita para mí durante muchos años. Hoy la comprendo.


Crisis y estabilidad


El extravagante, tal como es tipificado aquí, responde a un mandato de la especie. Es un soldado de la especie. Para ello tiene atributos que lo distinguen del común. Posee una potencialidad diferente. Y tiene, en consecuencia, lo que he llamado necesidades especiales. Esta potencialidad distinta, estas "necesidades especiales" que encuentran su satisfacción en tiempos de crisis, donde la potencia se descarga en la acción adecuada, es ajustada al grupo y, por lo general, socialmente adaptada.

¿Pero qué ocurre cuando el extravagante siente esa necesidad especial en períodos normales y de estabilidad? Se siente llamado a algo que no encuentra eco en el medio normal. El extravagante necesita descargar esa potencialidad y para ello recrea un escenario, un "como si", una situación especial en un medio normal.

De esta manera, puede "fabricar" un medio catastrófico (un atentado), generar una situación de crisis (una revolución, una revuelta en una fábrica), crear un clima tiránico, en una familia... Dependiendo del tipo de potencialidad para la que está preparado creará su medio artificial y llevará adelante las acciones "como si". Su potencialidad "homicida" se descargará como asesino, por ejemplo.

Esta manera de fabricarse el medio "como si" no es arbitraria ni al azar. Debe tener un estilo, una forma, un modo de hacerse. Y es lo que se llama el sello, el perfil, la impronta. Cuando se observa la escena del crimen, la manera en que se realizó y, por sobre todas las cosas, la repetición de ese estilo, puede conjeturarse qué tipo de circunstancia, de crisis, está recreando a qué patrón está respondiendo, para qué tipo de crisis está preparado.


El mandato de la especie


Intoxicados por abstracciones vemos al individuo como el eje donde gira el sistema humano. Corrijo: la mayoría lo ve de esta manera. En general no se pregunta: ¿qué necesita la especie para preservarse?, sino ¿qué necesita el individuo?, como si fuera una unidad independiente.

Para desarrollar esta teoría cambié el enfoque, en lugar de centrarme en el individuo y desde ahí analizar su entorno y su grupo, enfoqué a la especie y desde allí miré al individuo que la integra. Apareció entonces, con claridad, la utilidad del extravagante para la especie: resguardarla a través de preservarse a sí mismo (como continuador de la especie) o, en situaciones especiales, preservar al grupo (función de líder), aun a costa de su destrucción (función del héroe) o su denigración (una vez realizado el "trabajo sucio"). descarto desde ya toda noción de altruismo, ya que este concepto va de individuo a individuo -considerándose ambos como personas-, y es una abstracción o interpretación que responde a creencias entendidas como juicios certeros. Y aquí, insisto, el enfoque va desde la especie al individuo. Además, el atributo de cosificar al otro no le permite al psicópata considerarlo como un igual. Es más, si es necesario eliminar a varios individuos con el fin de salvar a la mayoría, el extravagante dará la orden de eliminación; está psíquicamente preparado para ello.

Menciono el término "especie" para que el lector acompañe el cambio de visión desde donde se observa el tema. Aclarado esto, es lógico pensar que me refiero al área de acción que tiene el extravagante dentro del grupo y no a una entelequia como "la humanidad".


La utilidad del extravagante


Hay además, otras funciones en las cuales los rasgos que caracterizan al extravagante, los llamados rasgos psicopáticos, cumplen una tarea socialmente aceptable. Por ejemplo, los rasgos de asumir riesgos, de hiposensibilidad y potencialidad homicidas son muy apreciados en las fuerzas de seguridad, sobre todo en aquellas que están destinadas a confrontar con asesinos urbanos o profesionales. Un poeta moriría en el primer enfrentamiento. Estos mismos rasgos son apreciados en los cirujanos.


La sociedad como sistema


Considero que todo sistema que permanece tiene utilidad para los miembros que lo componen. El sistema, como organismo social, estimula a los individuos que poseen características conductuales que lo consolidan y le permiten desarrollarse, y tiene factores neutralizadores que reprimen o eliminan a los miembros que pueden ser negativos para el sistema. Sobre esta base, y teniendo en cuenta que los extravagantes son un porcentaje de la población del sistema, podemos aventurar que ellos tienen una función permitida, aceptada y valorada dentro de tal sistema.

Siguiendo esta línea de pensamiento, es factible concluir que los extravagantes, como lo mencioné en los primeros párrafos, tienen también su función social. Tal vez esta función social tenga repercusiones negativas para algunos sectores o algunos miembros o alguna reacción negativa en ciertos momentos o ciertas etapas de la evolución del sistema. Sin embargo, es posible observar que a lo largo de la historia occidental no sólo se los preserva, sino que además a muchos se los glorifica, prueba de ello son las estatuas, pinturas, nombres de pueblos y de calles que nos recuerdan las hazañas de estos extravagantes, algunos de ellos autores de masacres.


¿A quiénes llamamos extravagantes?


Son anormales aquellos miembros del sistema que no responden al patrón conductual común, según el criterio de normalidad estadístico. A un subconjunto de estos anormales pertenecen los extravagantes. El sistema (la sociedad) hace un balance sobre las conductas de estas personas, las que favorecen al sistema frente a las que no lo favorecen, y dependiendo del saldo la sociedad los calificará de héroes o villanos. En los casos donde el sistema obtiene un claro beneficio, se tolera un quantum de características negativas que sería absolutamente intolerable en un miembro común de ese mismo sistema.


Las características distintivas


Los rasgos distintivos de estos extravagantes (psicópatas) son: el quitarle los atributos de persona al otro, la cosificación; la exacerbación de una necesidad (a la que llamamos "necesidad especial") que es el motor que genera las acciones atípicas; un sistema de razonamiento especializado puesto al servicio de esa necesidad especial que le da el marco lógico a las conductas atípicas; una particularidad de su sistema afectivo que le permite desdoblar su sensibilidad de manera de afrontar con baja repercusión emocional sus conductas atípicas y con una sensibilidad común las conductas no atípicas. Se hace patente, así, un individuo hijo de un sistema, educado por una cultura común, pero cuya psiquis posee atributos que le permiten un grado de libertad en su accionar muy amplio con respecto al individuo común.


Homicidas


Pongamos el caso de aquellos miembros que tienen apetencia por eliminar a otros miembros del sistema, es decir, el de los homicidas. Con un razonamiento apresurado podríamos concluir falsamente que los homicidas deberían ser de inmediato eliminados, neutralizados por el sistema. Pero con más calma, bajando nuestro nivel emocional, podemos constatar con facilidad que los homicidas no sólo no son neutralizados sino que son favorecidos y apreciados por el sistema: se trata de los homicidas legitimados. Los homicidas legitimados son entrenados profusamente y provistos de los elementos necesarios para ser más efectivos en la eliminación de otros miembros del sistema.

Si cambiamos el nombre de homicidas legitimados por el de fuerzas de seguridad, psicológicamente la palabra homicida deja de tener el peso emocional que conllevaba. Es más, hasta es lógico y armonioso a nuestra psiquis asimilar que un miembro de la seguridad ejerza la conducta de eliminar a otro miembro del sistema si este último es calificado como homicida no legitimado, es decir, un asesino.

Ahora, si se observa con atención se ve que el homicida legitimado y el homicida no legitimado comparten un factor común: ambos son homicidas, ambos tienen apetencia por matar; uno oculto detrás del "deber", el otro llevado más crudamente por esta necesidad especial. Así, matar a un individuo puede ser un acto socialmente favorecido (agente del orden, militar) o socialmente desfavorecido (delincuente, asesino).

Aquí ambos son considerados extravagantes por compartir una necesidad especial: matar al otro. Ambos, movidos por esta necesidad, accionan sobre los otros miembros del sistema. No por obvio está de más aclarar que no todos los miembros de las fuerzas de seguridad son extravagantes (psicópatas), sólo algunos de ellos, los que poseen los rasgos especificados.


Todo humano es un homicida en potencia


La capacidad de eliminar a otro individuo es intrínseca al ser humano. Todo individuo común, frente a circunstancias especiales, puede generar acciones que terminen con la supresión de otro individuo. Y hay situaciones en que el sistema apela a esta característica del individuo común, la exacerba convirtiendo este atributo homicida en una característica socialmente deseable: en las situaciones de guerra, de ataque de un grupo externo hacia el grupo que mantiene el sistema.

Aquí en la Argentina, en 1982, en la llamada Guerra de Malvinas, tuvimos un claro ejemplo de la apelación de la sociedad al despertar de estos atributos homicidas en la población. Pasada la situación especial, la guerra, estos atributos homicidas fueron reprimidos enseguida. Traigo este ejemplo porque el ímpetu homicida fue claramente manifiesto y apoyado por el grueso de la sociedad: se llenaban las plazas pidiendo la sangre del adversario, se vitoreaba cada vez que era hundido un barco inglés, se producía emoción ante la anécdota de un homicida destacado que eliminaba a varios enemigos; algunas plazoletas llevan hoy el nombre de estos homicidas legitimados.


El homicida extravagante


Si todas estas consideraciones del sistema fueron concedidas al individuo común en su función de homicida, con cuánto beneplácito ve el sistema a sus homicidas especializados en estas circunstancias especiales. En tiempo de guerra, son estos homicidas los que están en el medio adecuado, en la circunstancia adecuada, y con los atributos psíquicos adecuados para ejercer las acciones más eficientes para eliminar a otros individuos. En estas circunstancias especiales, entonces, el extravagante es utilizado por el sistema para salvaguardar la integridad del grupo. Es en estas ocasiones donde la sociedad hace un aprovechamiento completo de ellos. Donde se ve la finalidad de la existencia de estas personas y se comprende por qué el sistema los tolera en situaciones no especiales, en situaciones de paz.

Estos extravagantes con apetencia de matar son redistribuidos en distintos roles en tiempos de paz: fuerzas de seguridad, cirujanos, forenses, sepultureros y todos aquellos oficios donde se requiere un alto umbral para la sensibilidad, y que repugnan a los individuos comunes. Y de este grupo, los que no logran ubicarse en un rol socialmente aceptado pasan a integrar el grupo de los "indeseables" (asesinos), que son a su vez reprimidos y eliminados por otros extravagantes de su misma condición (fuerzas de seguridad), por ejemplo. De esto se desprende con facilidad que la valoración "bueno" o la valoración "malo", para ellos, es sólo una cuestión de circunstancias.


El poder


He tomado el caso de los homicidas por resultar de más fácil comprensión para una psiquis acostumbrada a valorar con parámetros comunes. El mismo razonamiento nos llevaría a comprender la función social de aquellos cuya necesidad especial consiste en el poder, que es el tema de este libro, en ejercer su voluntad sobre los demás. Son los que movilizan fuerzas para invadir territorios, para asegurarle a su grupo la posesión de tierras, de agua, de medios de sustento; son los líderes de masas. Desvirtuados estos propósitos de especie, pueden convertirse en devastadores, asoladores tras objetivos corruptos, a tal punto de destruir países enteros en su afán de imponer su voluntad al resto del mundo.

También podríamos utilizar un razonamiento similar para caracterizar a aquellos extravagantes cuyo afán de poder está mediado por el dinero. Y aquí entramos en el amplio campo de los comerciantes, pero no de todos los comerciantes, cualquiera sea su rubro, sino de aquellos comerciantes que, por supuesto, comparten las características, los rasgos, mencionados anteriormente.


De comerciante a estafador


En este marco es posible hablar también de comerciantes extravagantes. Son aquellos que en su afán de acumular dinero aplican en toda su intensidad y literalidad el viejo axioma: "El fin justifica los medios". Así todo obstáculo a su objetivo, sean personas o bienes de cualquier naturaleza, es eliminado, utilizando las artimañas del oficio y evitando de toda manera posible el reproche social. Uno de nuestros destacados empresarios decía: "El poder consiste en hacer con impunidad". Para estas mentes, con su libertad psíquica ampliada, la asunción de riesgos, a veces de alta magnitud, es un hecho cotidiano.

Conscientes de estas características negativas hacia los miembros del sistema (cosificación, sensanción de impunidad, etc.), la sociedad, ¿los elimina?: no, no sólo no los elimina, sino que además los considera miembros privilegiados del sistema por ser generadores de empresas, de fuentes de trabajo, de la riqueza de una nación. Son privilegiados en el sentido de la tolerancia del sistema hacia las disgresiones de estos individuos. Para el sistema es más importante una empresa que lo consolide, que el maltrato e incluso la eliminación de alguno de sus miembros. Y, nuevamente, aquí el sistema, la sociedad, hace un claro aprovechamiento de las características especiales de estas personalidades. Aquellos que por exacerbar sus apetencias de dinero sortean demasiadas reglas del sistema, o bien son responsables de acciones negativas para la sociedad, son considerados por el sistema como estafadores o delincuentes comerciales. Y así volvemos a la misma ecuación que aplicamos para el homicida legítimo y el homicida ilegal.


Conclusión


Desde luego que, hasta aquí, sólo hice una aproximación al tema que, si la fortuna acompaña, espero continuar en otros capítulos. Esto es un intento de dar un marco teórico al accionar del extravagante, del psicópata, y de vislumbrar una finalidad a la existencia de estas personas. Por supuesto que no constituye una apología de ellos y tampoco se contradice con mis trabajos anteriores: su incidencia negativa sobre los otros está claramente especificada en los artículos publicados "Personalidades psicopáticas"(Revista Alcmeon, 1998), y "Sol Negro"(Revista Alcmeon, 2000), y en el libro El complementario y su psicópata. No cambiaría una coma de lo que se dice en ellos. Todos estos años de trabajar con complementarios y familiares de extravagantes, y con ellos mismos, afianzan lo escrito. Hay muchos ejemplos que avalan el presente trabajo y fueron los mismos complementarios los que aportaron la información sobre este aspecto provechoso de estas personalidades.

Por ejemplo, en medio de las quejas por el maltrato y las humillaciones, una complementaria comenta que su esposo trata, denodadamente, de hacer un campo fecundo de lo que hace pocos años era un desierto en San Luis. Y no hay trabas que no sortee, siempre detrás de su objetivo. Los resultados son asombrosos. Pero su conducta con ella, los hijos, los peones, es, siendo benévolos, deplorable.

Otra comenta que es viuda de un esposo médico. Cuando este hombre tenía 40 años era el amante de la madre de la consultante. Ella, en aquel entonces, tenía 9 años. Él la violó. Luego la llevó a vivir con él, se casó con ella a los 18 años y tuvieron cuatro hijos, uno de ellos mujer, de la que abusó desde los 8 años. Un Sol Negro en todos los aspectos. Pero... era un médico excepcional. Capaz de los mayores sacrificios por atender a sus pacientes, a los que no les cobraba la consulta y compraba, de su propio bolsillo, los medicamentos. ¡Qué dualidad! Murió adorado por sus pacientes y odiado por todos sus familiares.


El extravagante no es de ninguna manera un ser común, siempre tiene algo muy especial, revelada su faz oscura provoca asombro, repugnancia, admiración, odio. Jamás indiferencia.

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