CAPÍTULO
7
Los
extravagantes
Este
capítulo fue extraído y revisado del libro Marietan, Hugo
(2009),
Curso sobre psicopatía, Buenos Aires, Editorial Ananké.
Toda
pérdida, todo dolor, es particular; el Universo permanece con el corazón ileso.
RALPH
EMERSON
En
este capítulo voy a designar a los psicópatas que prestan utilidad social como
"extravagantes", siguiendo por un lado al Diccionario de la Real
Academia Española que define este término como:
1.
Que hace o dice fuera del orden o común modo
de
obrar.
2.
Raro, extraño, desacostumbrado, excesivamente
peculiar
u original.
Los
extravagantes han desconcertado a la humanidad desde sus inicios. A lo largo de
la historia, su presencia es señalada en las más variadas civilizaciones y en cualquier
tiempo. Varias constantes se repiten: las conductas disonantes, sus efectos
sobre el grupo, el escaso número de ellos y la incomprensión de parte de
comunes ante este fenómeno.
En
la especie humana, dentro del grupo de los infrecuentes, existen los individuos
que están preparados para reaccionar adecuadamente ante situaciones
catastróficas o excepcionales y facilitar la supervivencia de la especie. Son
los que, ante situaciones de extrema crisis, guían a los otros hacia una
posible salida (los líderes) o se sacrifican para la perduración del grupo (los
héroes). Ellos, los extravagantes, tienen la potencialidad de saber qué hacer
en las catástrofes, mientras el grueso de la población queda paralizado o
reacciona inadecuadamente.
Un
ejemplo
A
fines de los años setenta, varios edificios se derrumbaron en Buenos Aires.
Esto creó un lógico temor en la población. Recuerdo que una madrugada estaba en
el piso diecisiete cuando sentí un leve balanceo del suelo. Pensé que era un
mareo, pero por las dudas me vestí rápidamente. A los dos minutos el balanceo
se hizo francamente notable. Las puertas y las ventanas comenzaron a crujir.
Era claro, el edificio se derrumbaba. Creo que establecí el récord de tiempo en
bajar las escaleras de los diecisiete pisos. En esa carrera, en el sexto piso,
una anciana trataba de bajar. La tomé del brazo y como una bandera la llevé
hasta planta baja y logramos salir. Ya frente al edificio, estábamos reunidos
cada uno con la ropa que había alcanzado a manotear, esperando verlo caer. Sólo
una persona entraba y salía del edificio ayudando a la gente que se había
rezagado. En una actividad febril consiguió bajar a muchos, y recién cuando
consideró que no quedaba nadie se unió a nosotros, agotado. Yo no lo conocía
bien, era un estafador de guante blanco, un despiadado empresario, incapaz de
hacerse un café. Cuando se recuperó le pregunté por qué se había arriesgado
tanto. Me dijo que no lo sabía, que sintió que eso era lo que debía hacer. Y en
verdad su acción fue precisa, ajustada a la situación excepcional y con
desprecio por su propia vida, mientras nosotros, la mayoría, sólo atinamos a
correr. Después nos enteramos por radio de que lo que había provocado el
temblor no era un posible derrumbre sino la expansión de un terremoto con
epicentro en San Juan. La conducta de este hombre constituyó una incógnita para
mí durante muchos años. Hoy la comprendo.
Crisis
y estabilidad
El
extravagante, tal como es tipificado aquí, responde a un mandato de la especie.
Es un soldado de la especie. Para ello tiene atributos que lo distinguen del
común. Posee una potencialidad diferente. Y tiene, en consecuencia, lo que he
llamado necesidades especiales. Esta potencialidad distinta, estas
"necesidades especiales" que encuentran su satisfacción en tiempos de
crisis, donde la potencia se descarga en la acción adecuada, es ajustada al
grupo y, por lo general, socialmente adaptada.
¿Pero
qué ocurre cuando el extravagante siente esa necesidad especial en períodos
normales y de estabilidad? Se siente llamado a algo que no encuentra eco en el
medio normal. El extravagante necesita descargar esa potencialidad y para ello
recrea un escenario, un "como si", una situación especial en un medio
normal.
De
esta manera, puede "fabricar" un medio catastrófico (un atentado),
generar una situación de crisis (una revolución, una revuelta en una fábrica),
crear un clima tiránico, en una familia... Dependiendo del tipo de
potencialidad para la que está preparado creará su medio artificial y llevará
adelante las acciones "como si". Su potencialidad
"homicida" se descargará como asesino, por ejemplo.
Esta
manera de fabricarse el medio "como si" no es arbitraria ni al azar.
Debe tener un estilo, una forma, un modo de hacerse. Y es lo que se llama el
sello, el perfil, la impronta. Cuando se observa la escena del crimen, la
manera en que se realizó y, por sobre todas las cosas, la repetición de ese
estilo, puede conjeturarse qué tipo de circunstancia, de crisis, está recreando
a qué patrón está respondiendo, para qué tipo de crisis está preparado.
El
mandato de la especie
Intoxicados
por abstracciones vemos al individuo como el eje donde gira el sistema humano.
Corrijo: la mayoría lo ve de esta manera. En general no se pregunta: ¿qué
necesita la especie para preservarse?, sino ¿qué necesita el individuo?, como
si fuera una unidad independiente.
Para
desarrollar esta teoría cambié el enfoque, en lugar de centrarme en el
individuo y desde ahí analizar su entorno y su grupo, enfoqué a la especie y
desde allí miré al individuo que la integra. Apareció entonces, con claridad,
la utilidad del extravagante para la especie: resguardarla a través de
preservarse a sí mismo (como continuador de la especie) o, en situaciones
especiales, preservar al grupo (función de líder), aun a costa de su
destrucción (función del héroe) o su denigración (una vez realizado el
"trabajo sucio"). descarto desde ya toda noción de altruismo, ya que
este concepto va de individuo a individuo -considerándose ambos como personas-,
y es una abstracción o interpretación que responde a creencias entendidas como
juicios certeros. Y aquí, insisto, el enfoque va desde la especie al individuo.
Además, el atributo de cosificar al otro no le permite al psicópata
considerarlo como un igual. Es más, si es necesario eliminar a varios
individuos con el fin de salvar a la mayoría, el extravagante dará la orden de
eliminación; está psíquicamente preparado para ello.
Menciono
el término "especie" para que el lector acompañe el cambio de visión
desde donde se observa el tema. Aclarado esto, es lógico pensar que me refiero
al área de acción que tiene el extravagante dentro del grupo y no a una
entelequia como "la humanidad".
La
utilidad del extravagante
Hay
además, otras funciones en las cuales los rasgos que caracterizan al
extravagante, los llamados rasgos psicopáticos, cumplen una tarea socialmente
aceptable. Por ejemplo, los rasgos de asumir riesgos, de hiposensibilidad y
potencialidad homicidas son muy apreciados en las fuerzas de seguridad, sobre todo
en aquellas que están destinadas a confrontar con asesinos urbanos o
profesionales. Un poeta moriría en el primer enfrentamiento. Estos mismos
rasgos son apreciados en los cirujanos.
La
sociedad como sistema
Considero
que todo sistema que permanece tiene utilidad para los miembros que lo
componen. El sistema, como organismo social, estimula a los individuos que
poseen características conductuales que lo consolidan y le permiten
desarrollarse, y tiene factores neutralizadores que reprimen o eliminan a los
miembros que pueden ser negativos para el sistema. Sobre esta base, y teniendo
en cuenta que los extravagantes son un porcentaje de la población del sistema,
podemos aventurar que ellos tienen una función permitida, aceptada y valorada
dentro de tal sistema.
Siguiendo
esta línea de pensamiento, es factible concluir que los extravagantes, como lo
mencioné en los primeros párrafos, tienen también su función social. Tal vez
esta función social tenga repercusiones negativas para algunos sectores o algunos
miembros o alguna reacción negativa en ciertos momentos o ciertas etapas de la
evolución del sistema. Sin embargo, es posible observar que a lo largo de la
historia occidental no sólo se los preserva, sino que además a muchos se los
glorifica, prueba de ello son las estatuas, pinturas, nombres de pueblos y de
calles que nos recuerdan las hazañas de estos extravagantes, algunos de ellos
autores de masacres.
¿A
quiénes llamamos extravagantes?
Son
anormales aquellos miembros del sistema que no responden al patrón conductual
común, según el criterio de normalidad estadístico. A un subconjunto de estos
anormales pertenecen los extravagantes. El sistema (la sociedad) hace un
balance sobre las conductas de estas personas, las que favorecen al sistema frente
a las que no lo favorecen, y dependiendo del saldo la sociedad los calificará
de héroes o villanos. En los casos donde el sistema obtiene un claro beneficio,
se tolera un quantum de características negativas que sería absolutamente
intolerable en un miembro común de ese mismo sistema.
Las
características distintivas
Los
rasgos distintivos de estos extravagantes (psicópatas) son: el quitarle los
atributos de persona al otro, la cosificación; la exacerbación de una necesidad
(a la que llamamos "necesidad especial") que es el motor que genera
las acciones atípicas; un sistema de razonamiento especializado puesto al
servicio de esa necesidad especial que le da el marco lógico a las conductas
atípicas; una particularidad de su sistema afectivo que le permite desdoblar su
sensibilidad de manera de afrontar con baja repercusión emocional sus conductas
atípicas y con una sensibilidad común las conductas no atípicas. Se hace
patente, así, un individuo hijo de un sistema, educado por una cultura común, pero
cuya psiquis posee atributos que le permiten un grado de libertad en su
accionar muy amplio con respecto al individuo común.
Homicidas
Pongamos
el caso de aquellos miembros que tienen apetencia por eliminar a otros miembros
del sistema, es decir, el de los homicidas. Con un razonamiento apresurado
podríamos concluir falsamente que los homicidas deberían ser de inmediato
eliminados, neutralizados por el sistema. Pero con más calma, bajando nuestro
nivel emocional, podemos constatar con facilidad que los homicidas no sólo no
son neutralizados sino que son favorecidos y apreciados por el sistema: se
trata de los homicidas legitimados. Los homicidas legitimados son entrenados
profusamente y provistos de los elementos necesarios para ser más efectivos en
la eliminación de otros miembros del sistema.
Si
cambiamos el nombre de homicidas legitimados por el de fuerzas de seguridad,
psicológicamente la palabra homicida deja de tener el peso emocional que
conllevaba. Es más, hasta es lógico y armonioso a nuestra psiquis asimilar que
un miembro de la seguridad ejerza la conducta de eliminar a otro miembro del
sistema si este último es calificado como homicida no legitimado, es decir, un
asesino.
Ahora,
si se observa con atención se ve que el homicida legitimado y el homicida no
legitimado comparten un factor común: ambos son homicidas, ambos tienen
apetencia por matar; uno oculto detrás del "deber", el otro llevado
más crudamente por esta necesidad especial. Así, matar a un individuo puede ser
un acto socialmente favorecido (agente del orden, militar) o socialmente
desfavorecido (delincuente, asesino).
Aquí
ambos son considerados extravagantes por compartir una necesidad especial:
matar al otro. Ambos, movidos por esta necesidad, accionan sobre los otros miembros
del sistema. No por obvio está de más aclarar que no todos los miembros de las
fuerzas de seguridad son extravagantes (psicópatas), sólo algunos de ellos, los
que poseen los rasgos especificados.
Todo
humano es un homicida en potencia
La
capacidad de eliminar a otro individuo es intrínseca al ser humano. Todo
individuo común, frente a circunstancias especiales, puede generar acciones que
terminen con la supresión de otro individuo. Y hay situaciones en que el
sistema apela a esta característica del individuo común, la exacerba
convirtiendo este atributo homicida en una característica socialmente deseable:
en las situaciones de guerra, de ataque de un grupo externo hacia el grupo que
mantiene el sistema.
Aquí
en la Argentina, en 1982, en la llamada Guerra de Malvinas, tuvimos un claro
ejemplo de la apelación de la sociedad al despertar de estos atributos
homicidas en la población. Pasada la situación especial, la guerra, estos
atributos homicidas fueron reprimidos enseguida. Traigo este ejemplo porque el
ímpetu homicida fue claramente manifiesto y apoyado por el grueso de la
sociedad: se llenaban las plazas pidiendo la sangre del adversario, se
vitoreaba cada vez que era hundido un barco inglés, se producía emoción ante la
anécdota de un homicida destacado que eliminaba a varios enemigos; algunas
plazoletas llevan hoy el nombre de estos homicidas legitimados.
El
homicida extravagante
Si
todas estas consideraciones del sistema fueron concedidas al individuo común en
su función de homicida, con cuánto beneplácito ve el sistema a sus homicidas
especializados en estas circunstancias especiales. En tiempo de guerra, son
estos homicidas los que están en el medio adecuado, en la circunstancia
adecuada, y con los atributos psíquicos adecuados para ejercer las acciones más
eficientes para eliminar a otros individuos. En estas circunstancias
especiales, entonces, el extravagante es utilizado por el sistema para
salvaguardar la integridad del grupo. Es en estas ocasiones donde la sociedad
hace un aprovechamiento completo de ellos. Donde se ve la finalidad de la
existencia de estas personas y se comprende por qué el sistema los tolera en
situaciones no especiales, en situaciones de paz.
Estos
extravagantes con apetencia de matar son redistribuidos en distintos roles en
tiempos de paz: fuerzas de seguridad, cirujanos, forenses, sepultureros y todos
aquellos oficios donde se requiere un alto umbral para la sensibilidad, y que
repugnan a los individuos comunes. Y de este grupo, los que no logran ubicarse
en un rol socialmente aceptado pasan a integrar el grupo de los
"indeseables" (asesinos), que son a su vez reprimidos y eliminados
por otros extravagantes de su misma condición (fuerzas de seguridad), por
ejemplo. De esto se desprende con facilidad que la valoración "bueno"
o la valoración "malo", para ellos, es sólo una cuestión de
circunstancias.
El
poder
He
tomado el caso de los homicidas por resultar de más fácil comprensión para una
psiquis acostumbrada a valorar con parámetros comunes. El mismo razonamiento
nos llevaría a comprender la función social de aquellos cuya necesidad especial
consiste en el poder, que es el tema de este libro, en ejercer su voluntad
sobre los demás. Son los que movilizan fuerzas para invadir territorios, para
asegurarle a su grupo la posesión de tierras, de agua, de medios de sustento;
son los líderes de masas. Desvirtuados estos propósitos de especie, pueden
convertirse en devastadores, asoladores tras objetivos corruptos, a tal punto
de destruir países enteros en su afán de imponer su voluntad al resto del
mundo.
También
podríamos utilizar un razonamiento similar para caracterizar a aquellos
extravagantes cuyo afán de poder está mediado por el dinero. Y aquí entramos en
el amplio campo de los comerciantes, pero no de todos los comerciantes,
cualquiera sea su rubro, sino de aquellos comerciantes que, por supuesto,
comparten las características, los rasgos, mencionados anteriormente.
De
comerciante a estafador
En
este marco es posible hablar también de comerciantes extravagantes. Son
aquellos que en su afán de acumular dinero aplican en toda su intensidad y
literalidad el viejo axioma: "El fin justifica los medios". Así todo
obstáculo a su objetivo, sean personas o bienes de cualquier naturaleza, es
eliminado, utilizando las artimañas del oficio y evitando de toda manera
posible el reproche social. Uno de nuestros destacados empresarios decía:
"El poder consiste en hacer con impunidad". Para estas mentes, con su
libertad psíquica ampliada, la asunción de riesgos, a veces de alta magnitud,
es un hecho cotidiano.
Conscientes
de estas características negativas hacia los miembros del sistema
(cosificación, sensanción de impunidad, etc.), la sociedad, ¿los elimina?: no,
no sólo no los elimina, sino que además los considera miembros privilegiados
del sistema por ser generadores de empresas, de fuentes de trabajo, de la
riqueza de una nación. Son privilegiados en el sentido de la tolerancia del
sistema hacia las disgresiones de estos individuos. Para el sistema es más
importante una empresa que lo consolide, que el maltrato e incluso la
eliminación de alguno de sus miembros. Y, nuevamente, aquí el sistema, la
sociedad, hace un claro aprovechamiento de las características especiales de
estas personalidades. Aquellos que por exacerbar sus apetencias de dinero
sortean demasiadas reglas del sistema, o bien son responsables de acciones
negativas para la sociedad, son considerados por el sistema como estafadores o
delincuentes comerciales. Y así volvemos a la misma ecuación que aplicamos para
el homicida legítimo y el homicida ilegal.
Conclusión
Desde
luego que, hasta aquí, sólo hice una aproximación al tema que, si la fortuna
acompaña, espero continuar en otros capítulos. Esto es un intento de dar un
marco teórico al accionar del extravagante, del psicópata, y de vislumbrar una
finalidad a la existencia de estas personas. Por supuesto que no constituye una
apología de ellos y tampoco se contradice con mis trabajos anteriores: su
incidencia negativa sobre los otros está claramente especificada en los
artículos publicados "Personalidades psicopáticas"(Revista Alcmeon,
1998), y "Sol Negro"(Revista Alcmeon, 2000), y en el libro El
complementario y su psicópata. No cambiaría una coma de lo que se dice en
ellos. Todos estos años de trabajar con complementarios y familiares de
extravagantes, y con ellos mismos, afianzan lo escrito. Hay muchos ejemplos que
avalan el presente trabajo y fueron los mismos complementarios los que
aportaron la información sobre este aspecto provechoso de estas personalidades.
Por
ejemplo, en medio de las quejas por el maltrato y las humillaciones, una
complementaria comenta que su esposo trata, denodadamente, de hacer un campo
fecundo de lo que hace pocos años era un desierto en San Luis. Y no hay trabas
que no sortee, siempre detrás de su objetivo. Los resultados son asombrosos.
Pero su conducta con ella, los hijos, los peones, es, siendo benévolos,
deplorable.
Otra
comenta que es viuda de un esposo médico. Cuando este hombre tenía 40 años era
el amante de la madre de la consultante. Ella, en aquel entonces, tenía 9 años.
Él la violó. Luego la llevó a vivir con él, se casó con ella a los 18 años y
tuvieron cuatro hijos, uno de ellos mujer, de la que abusó desde los 8 años. Un
Sol Negro en todos los aspectos. Pero... era un médico excepcional. Capaz de
los mayores sacrificios por atender a sus pacientes, a los que no les cobraba
la consulta y compraba, de su propio bolsillo, los medicamentos. ¡Qué dualidad!
Murió adorado por sus pacientes y odiado por todos sus familiares.
El
extravagante no es de ninguna manera un ser común, siempre tiene algo muy
especial, revelada su faz oscura provoca asombro, repugnancia, admiración,
odio. Jamás indiferencia.
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